La felicidad camina por donde tú andas

viernes, 25 de febrero de 2011

Unos zapatos de tacón manchados de barro tirados por el suelo, una camisa y unos pitillos esparcidos por la habitación... y una atmósfera llena de angustia, culpabilidades y mal rollo que ella intentó sofocar a base de alcohol. Echa un ovillo en la cama. Con dolor de cabeza, de pies y de corazón. Sin apenas dormir, pensando en él. Y el tiempo que dormía, soñando con él. Se sentía tan estúpida. Un juguete, una marioneta... Se sentía engañada. De nuevo ese sentimiento. Era demasiado especial, demasiado... todo. Se despertó y al subir la persiana, un bonito día soleado de enero le azotó en la cara. La cabeza le dio un vuelco y sintió ganas de dejarlo todo. Miró el móvil: ningún mensaje, ninguna perdida... nada. Encendió el ordenador y se dirigió a desayunar. Encendió la tele mientras tanto pero no le decía nada. Estaba totalmente vacía y una caja llena de mentiras raras veces le decía algo, hoy menos. Comió con unas míseras ganas y se fue a recogerlo todo. A recoger el desastre de su habitación, ya que no podía recoger el desastre de su vida...

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